Por Daniela Bambill
"No creas a los que te alaban, no creas lo que dicen de ti".
Marco Aurelio.
La soberbia no implica el orgullo de ser, sino el menosprecio de lo que no se es, la soberbia es la máxima expresión de la mediocridad. El mediocre manifiesta su inseguridad a través de la violencia ejercida desde su pequeño e insignificante espacio de poder ya sea familiar, laboral o político.
Ahora bien, cuándo un mediocre accede circunstancialmente a un espacio de poder público, se rodea de obsecuentes que están imposibilitados de cuestionar, proponer o aportar ideas, debido a la naturaleza de su genuflexión y no a la incapacidad intrínseca de su intelecto y va conformando un círculo virtuoso de autoconvencimiento en tanto su capacidad de liderazgo y comienza a fantasear con la idea de ascensión en la escala de Poder sin mediar la prudente reflexión de las circunstancias a las que subestima en función de su ego falazmente engrosado.
La realidad vista a través del cristal que propone el mediocre se circunscribe a un espacio ínfimo, cualquier intento por correr el velo será percibido por éste como un ataque, como una provocación y tendrá su consecuente reacción, que no será otra cosa que la postura ridícula del circo frente al séquito que aplaudirá rabioso cada palabra soez lanzada al aire como rezo exorcizante del pensamiento crítico.
No hay para el mediocre otra verdad que la que él mismo propone, no hay crítica que resulte constructiva y el liderazgo resquebrajado se defiende a fuerza de dogmas carentes de sentido con la violencia simbólica que el caso amerita.
El séquito está constituido por diferentes categorías, aquellos que aplauden simplemente “El Poder”, no importa quién lo ostente, los que a sabiendas de las falencias y falacias aprovechan las mieles para fines individuales, chiquitos y mezquinos y los timoratos que no se animan a enfrentar al mediocre porque la ruptura del status quo requiere agallas y el compromiso de asumir las consecuencias.
Para los antiguos griegos la hybris , primer concepto de soberbia, era el peor pecado de los gobernantes y los dioses descargaban su furia con castigos ejemplares por la ofensa cometida por los mortales de “no pensar humanamente y aspirar a lo más alto”…
Pero esto no es el Olimpo y el trabajo es arduo y constante, los mediocres solo serán expulsados de los sillones a los que se pegaron con el reverdecer de la militancia y la valorización de virtudes como la prudencia, la humildad, el respeto por el otro y la concientización de que no hay héroes individuales sino colectivos, que un proyecto nos engloba a todos y que todos absolutamente somos sujetos de la historia.
La época que nos toca compartir nos está dando la posibilidad de revertir definitivamente la lógica viciada de años de construcción política basada en clientelismo y movilización de masas arreadas como ganado en función de la ostentación. El desafío está en marcha, las condiciones dadas, lograrlo depende exclusivamente de nosotros.
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