jueves, 11 de noviembre de 2010

Pensar un país en serio.

 Por Daniela Bambill
Las reglas del juego democrático son claras, un oficialismo que pretende llevar adelante una estrategia de gobierno y una oposición que debe actuar como contralor de las acciones gubernamentales e intentar propuestas superadoras en el  lapso entre elecciones para lograr la mayoría popular que le permita gobernar el período pos electoral.
Los últimos dos años asistimos a la ruptura de las reglas del juego, cómo en la interacción de infantes caprichosos, las alianzas dentro del Congreso respondieron excluyentemente al objetivo de impedir la gestión del Ejecutivo.
Un arco opositor que reúne mayoría propia pero en lo que va del período legislativo no han logrado la sanción de ninguna Ley, individualidades expuestas obscenamente en televisión han corrido del eje el espíritu de cuerpo que tiene el Parlamento, para dar paso al desfile de egos maltratados y acusaciones mutuas cuando el objetivo no fue cumplido.
Ante el despropósito de impedir la sanción del Presupuesto no puedo dejar de pensar en personajes como Carrió amenazando hace pocos meses con el caos social a partir del impedimento precisamente de una Ley vital para el normal funcionamiento del Estado, escuchar  hoy a esta señora hablar de la “Banelco de Cristina Kirchner” no puede sino generar  un sentimiento de repudio absoluto a quien a demostrado hacer del terrorismo verbal  y la mentira institucionalizada  las herramientas de destrucción sistemática de toda posibilidad de convivencia democrática, mientras se rasga las vestiduras hablando de República.
Carrió es solo un emergente de la decadencia  de un sistema controlado por el poder económico concentrado, la pseudo democracia que vivimos los argentinos hasta 2003 permitió la proliferación de actores  idiotas - idiota entendido en la concepción etimológica de la palabra- en el  escenario que corresponde naturalmente a  actores políticos.
El Congreso de la Nación supo albergar a hombres y mujeres que pensaban en la posteridad como  responsabilidad mayúscula de la representatividad que ostentaban, sin distinción de origen partidario, el debate  se daba en las paredes del recinto con discursos encendidos y la desnudez de las convicciones en sus alocuciones.  Hoy  desfilan por sus pasillos individuos ávidos de protagonismo mediático en función de demostrar  lealtad a quien los ha ungido por la magia de la formación unidireccional de la opinión pública a través del  depredador de pensamiento crítico monopólico y  no  trepidan un instante en faltar el respeto intelectual a millones de argentinos que asistimos azorados a la fantochada montada en cuatro ejes discursivos:  crispación oficialista, autoritarismo, corrupción,  atropello al órden republicano.
Sin propuestas alternativas, sin posibilidad de seguir ocultando la ineficacia e impericia de sus estrategias, con un pueblo que se ha manifestado más allá de cualquier aparato político en los luctuosos días de octubre, agradeciendo a Nestor Kirchner, la encarnación de todos los males para el carnaval de improvisados que representa a la oposición,  y manifestando en la Plaza el apoyo a un Modelo de País en la figura de la Presidenta Cristina Fernández,  el resquebrajamiento es inevitable y  buscarán todos los medios para imposibilitar lo ineludible que  no es otra cosa que la demostración  tajante de madurez social que se verá reflejada en las urnas el próximo año, cuándo el veranito desestabilizador llegue a su fin y por fin podamos pensar un país en serio con representantes legislativos  acordes a un pueblo que dirá basta a los parásitos que históricamente impidieron que dejemos de ser un gran número de individuos que viven en el mismo territorio para convertirnos definitivamente en una gran Nación.

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