La idea de un Estado Moderno con menos burocracia y más cerca del ciudadano parece desvelar a algunos funcionarios, al menos desde el discurso.
En razón de esta premisa se hacen grandes anuncios en las letras de molde, que suelen elegir a quienes blindan, sin embargo cuándo se analizan los pormenores de esos grandilocuentes titulares para sorpresa del ciudadano desprevenido nos encontramos con más estructuras y viejas recetas que distan mucho de la panacea liberadora de la temida burocracia.
Las decisiones tomadas en base a la falta de conocimiento, o el mal asesoramiento, aquellas que se toman con el objetivo de maquillar, simplemente, un tema marcado por la agenda mediática y en función de lo que supuestamente debe hacerse para complacer a determinados sectores sociales generalmente no llevan a buen puerto.
La seguridad ciudadana, por definición es materia politica, entender que se puede avanzar sobre políticas de estado solo desde lo técnico desideologizando la cuestión, es una decisión ideológica en sí misma.
Hemos escuchado que teníamos la mejor policía del mundo con un Jefe Policial de lujo y nos estaban hablando de Klodzyck, los bonaerenses tenemos alguna experiencia en el tema y hemos padecido las consecuencias del desgobierno, la debilidad y la desautorización política por parte de las fuerzas policiales que terminaron enfrentadas en una interna feroz en la que solo se discutía la caja.
Las fuerzas de seguridad pública deben estar conducidas por el poder político en el marco de un proyecto que garantice la formación, la doctrina, la administración apuntalando los Derechos Humanos y rompiendo con la falsa dicotomía instaurada por la lógica de la mano dura fogoneada desde los medios hegemónicos.
Cada Cuerpo Policial debe tener sus Jefes como determina la Ley que regula la estructura de la Policía y cada Jefe debe reportar y depender del Ministro de Seguridad, de esta manera, el control político se hace realmente efectivo.
Lejos de dinamizar el sistema con la creación de una Superintendncia de cuerpos, se genera una nueva estructura burocrática que debilita aún más la figura del Ministro de Seguridad en cuanto al control político de la Policia, otra decisión que pareciera apuntar a fortalecer la terquedad del Gobernador en sostener a su Ministro más cuestionado.
Los casos policiales más resonates de los últimos cuatro años han dejado en evidencia que los parches y las presentaciones espectaculares de grandes operativos en TV no solucionan un conflicto que lleva años sin resolverse.
Una familia desaparecida por más de veinte días a raíz de un accidente de tránsito sobre la que se tejieron hipótesis fantásticas, el cadáver de una nena como moneda de cambio grotesca en la pelea de bandas de narcotraficantes, salideras bancarias sangrientas en las que son sospechosos cajeros, porteros y vecinos, jamás esclarecidas, desapariciones de mujeres jóvenes a las que subyace el aberrante mundo de la trata de personas, historias en las que lo cotidiano se sacude ante la irrupción de la incertidumbre que sumados a las denuncias por malos tratos en las comisarias, asesinatos de adolescentes en circunstancias non claras, la criminalización de la pobreza y el intento sistemático por reformar el código penal bajando la edad de imputabilidad como respuesta mágica al reclamo mediático, evidencian la inoperancia que ha recibido la frutilla del postre (en estado de descomposición) con la represión sufrida en la Legislatura Provincial por jóvenes militantes.
Existe actualmente una estructura que controla y maneja los cuerpos policiales y es la Dirección General de Coordinación Operativa, la creación se una Superintendencia solo generará más burocracia, menos control político y evidencia la falta de conducción política que denota debilidad devenida del desconocimiento y la improvisación.
El desgobierno y falta de conducción es un caldo de cultivo propicio para el “vale todo” que no es otra cosa que la antesala de la corrupción.
Ya tuvimos la “mejor policía del mundo”, los ciudadanos de la Provincia de Buenos Aires solo necesitamos una policía democrática que controle no que regule el delito. Pensar políticas de Estado sustentables, lejos de los parches constituye una tarea que requiere un marco teórico e ideológico firme y el coraje que requieren las decisiones políticas
capaces de modificar el status quo en beneficio del bien común, bien supremo que poco tiene que ver con las luminarias y las encuestas.
Poner al lobo con cencerro a liderar el rebaño no parece ser, desde el sentido común, la decisión más acertada.
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