Por Daniela Bambill
Si no podemos plantear la necesidad de mejorar las falencias propias caemos indefectiblemente en el conformismo que precede la mediocridad, en todo proceso de construcción hay un claro camino de aprendizaje y todo aprendizaje implica la posibilidad de errores y desaciertos como parte indispensable del mismo.
Asumir el error, asimilarlo como escalón de subida para el perfeccionamiento del proceso de construcción colectiva requiere una alta cuota de humildad e inteligencia.
Cuándo la voracidad del ego famélico impide un tiempo para la reflexión, de un lado, y del otro la avidez por escuchar discursos que nos identifiquen genera hipnosis, nos enfrentamos a un estancamiento en el aprendizaje colectivo.
El censo penitenciario arroja fríos números sobre las circunstancias de la población carcelaria al momento de delinquir, el 80% no tenía trabajo o changas, el 55% carecía oficio ni profesión, solo el 5% contaba con el secundario completo, estos datos indicarían que la justicia social es la clave para combatir la inseguridad, ahora bien… En el discurso que esgrimen los apóstoles de la mano dura, los mismos números son el disparador principal de la criminalización de la pobreza, que no es otra cosa que la manifestación más aberrante de la discriminación de nuestro tiempo.
Siguiendo la lógica de esta discriminación encontramos Ministros que proponen la encarcelación de los adolescentes pobres como mágica solución a una realidad fabricada desde las pantallas televisivas. Si atendemos a las estadísticas solo 10 de cada 2000 delitos violentos son cometidos por adolescentes, esto no parece ser un número escandaloso tal cual lo reflejan los medios monopólicos. Claro que si solo somos consumidores de noticias prefabricadas con el único objetivo de acrecentar su negocio, en el mejor de los casos y en el peor azuzar el miedo de la población en la búsqueda desestabilizadora de los gobiernos, no llegaremos a vislumbrar la realidad que nos circunda.
Esta prefabricación de la realidad social en nuestro país encuentra eco en dirigentes opositores que históricamente han buscado un enemigo al que combatir desde la dialéctica, y en la mezquindad de algunos otros que hacen de la demagogia discursiva su pasaporte al triunfo electoral, ante la incapacidad de propuestas superadoras del modelo de país que estamos construyendo desde el año 2003.
El discurso que no está acompañado de acciones que lo respalden termina convirtiéndose en un hilado de significantes vacíos de significado.
En el largo derrotero de nuestro devenir histórico hemos escuchado desde las más oscuras a las más irrisorias manifestaciones de comunicadores y/o dirigente políticos.
En un año electoral se puede caer en la tentación de levantar discursos marcados por la agenda mediática, que a través de la perversa maquinaria puesta en marcha genera la sensación espantosa de estar viviendo una guerra silenciosa en la que cualquiera es plausible de ser asesinado en cualquier esquina.
La estigmatización de la pobreza no es una novedad en las capas medias de nuestra sociedad, hace algunos años ser pobre y ser adolescente se ha convertido en sinónimo de delincuencia a fuerza de imágenes repetidas hasta el hartazgo con musicalización acorde y relatos dantescos.
Y es allí adónde debe prevalecer la responsabilidad de los dirigentes, candidatos y funcionarios que se dejan seducir por las mieles del monopolio y su perversamente demagógico, necesario para saciar el morbo social y hundir cualquier proyecto que implique inclusión. No nos olvidemos que a mayor distribución de la riqueza, mayor igualdad de oportunidades, mayor educación, menor es el margen de concentración del poder en pocas manos.
La construcción de cárceles antes que de escuelas, privar a los niños de la libertad antes que educarlos y ofrecer igualdad de oportunidades, puede servir para acrecentar las encuestas electorales de algunos dirigentes que como Narciso se enamoran se su reflejo en el lago posmoderno: la pantalla de TV, pero de ninguna manera resuelve el conflicto que ellos mismos presentan como el gran mal de la sociedad argentina.
La historia no se construye en base a encuestas, la profundización del modelo que nos convoca no se concretizará si quienes deben llevar la responsabilidad dirigencial no se posicionan claramente desde lo ideológico, las tibiezas y contradicciones flagrantes generarán indefectiblemente el desbande del capital humano acumulado.
Enamorarse del propio reflejo en el estanque nos lleva forzosamente al ridículo… Y dicen por ahí que del ridículo no se vuelve.
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