viernes, 18 de febrero de 2011

Haz lo que yo digo... No lo que hago...

Por Daniela Bambill

Si bien es real que todo se tergiversa en los medios hegemónicos, hoy estamos bien armados respecto del análisis. Sabemos quién es quien
Sabemos que los medios están al acecho, las palabras deben ser claras y los posicionamientos muy bien argumentados.
La excusa de las malas interpretaciones respecto de algunas manifestaciones y posiciones suena infantil a esta altura del debate.
Las aclaraciones que oscurecen no aportan a la construcción. Los sofismas sirven cuando el receptor no es capaz de desarrollar pensamiento crítico y no es el caso de la inmensa mayoría de militantes.
Históricamente las dirigencias bajaban una línea determinada y la militancia acataba, las discusiones quedaban en las paredes de la unidad básica o el comité y hacia afuera era difícil visualizar el real impacto que generaban los acuerdos y las decisiones que mayoritariamente responden a intereses que nada tienen que ver con el discurso que se enuncia.
 La aparición de las redes sociales han modificado sustancialmente esta realidad,  no solo en nuestras tierras, basta mirar al oriente para ver la dimensión y el protagonismo que han tomado en los Emiratos Árabes.
Las nuevas tecnologías horizontalizaron el debate, ya no se escucha “misa” de algún iluminado que a veces por capacidad y otras como artífice del azar ocupan los primeros estratos en la pirámide.
Hoy  todo es plausible de ser discutido, cuestionado y analizado. Las redes sociales son un arma muy poderosa si se toma conciencia del valor intrínseco que poseen.
El enemigo también lo sabe. Todos y cada uno de nosotros queda expuesto a la mirada de los propios como de los contrarios, todas y cada una de las palabras adquieren una dimensión inimaginada hace solo un par de años.
Ahora bien, la exposición de ideas resulta mucho más molesta y complicada hacia adentro que hacia afuera. Nos es sencillo tomar posición cuándo los temas atañen a los otros.
Pero mucho más difícil resulta definir quienes son los propios y quienes los otros cuándo desde “adentro”  ante  una manifestación contraria a los intereses de aquellos que entienden esta actividad como un coto personalísimo se disparan adjetivos descalificadores a aquel que hasta ayer no más era un compañero.
Responsabilizar de todas las argucias y manejos non sanctos al enemigo es tentador, así podemos leer que este está pago, aquello es una operación de prensa, tal jugada extorsiva es producto de la derecha maldita.
La falta de respeto al intelecto del otro implica una reacción inesperada y puede llegar a ser más nociva que constructiva.
Estamos frente a una instancia decisiva en materia de recuperación de los valores políticos por excelencia, un punto de inflexión en el que pareciera estar a un paso de eliminar finalmente la apatía histórica del común de la sociedad frente a los temas de interés público.
Poco inteligente resulta iniciar el camino contrario por mantener intactos los privilegios que otorga la posición personal dentro del esquema si como consecuencia de ello se dilapida la construcción colectiva.
Comenzamos un año decisivo para quienes consideramos que el objetivo supremo es la continuidad del modelo político iniciado por Néstor Kirchner, la reflexión, la sensatez, la toma de posición clara, el debate honesto, deberían constituir las herramientas para la construcción de una nueva etapa, nos compete a todos el desprendimiento que requieren los grandes momentos históricos, no solo a quienes militan desde el llano.

lunes, 7 de febrero de 2011

Ley de responsabilidad penal juvenil o responsabilidad en el discurso politico?

Por Daniela Bambill

Si no podemos plantear la necesidad de mejorar las falencias propias caemos indefectiblemente en el conformismo que precede la mediocridad, en todo proceso de construcción hay un claro camino de aprendizaje y todo aprendizaje implica la posibilidad de errores y desaciertos como parte indispensable del mismo.
Asumir el error, asimilarlo como escalón de subida para el perfeccionamiento  del proceso de construcción colectiva requiere una alta cuota de humildad e inteligencia.
Cuándo  la voracidad del ego famélico impide un tiempo para la reflexión, de un lado,  y del otro la avidez por escuchar discursos que nos identifiquen genera hipnosis, nos enfrentamos a un estancamiento en el aprendizaje colectivo.
El censo penitenciario arroja fríos números sobre las circunstancias de la población carcelaria al momento de delinquir, el  80%  no tenía trabajo o changas, el 55% carecía oficio ni profesión, solo el 5% contaba con el secundario completo, estos datos indicarían que la justicia social es la clave para combatir la inseguridad, ahora bien… En el discurso que esgrimen los apóstoles de la mano dura, los mismos números son el disparador principal de la criminalización de la pobreza, que no es otra cosa que la manifestación más aberrante de la discriminación de nuestro tiempo.
Siguiendo la lógica de esta discriminación encontramos Ministros que proponen la encarcelación de los adolescentes pobres como mágica solución a una realidad fabricada desde las pantallas televisivas. Si atendemos a las estadísticas solo 10 de cada 2000 delitos violentos son cometidos por adolescentes, esto no parece ser un número escandaloso tal cual lo reflejan los medios monopólicos. Claro que si solo somos consumidores de noticias prefabricadas con el único objetivo de acrecentar su negocio, en el mejor de los casos y en el peor azuzar el miedo de la población en la búsqueda desestabilizadora de los gobiernos, no llegaremos a vislumbrar la realidad que nos circunda.
Esta prefabricación de la realidad social en  nuestro país encuentra eco en dirigentes opositores que históricamente han buscado un enemigo al que combatir desde la dialéctica, y  en la mezquindad de algunos otros que hacen de la demagogia discursiva su pasaporte al triunfo electoral, ante la incapacidad de propuestas superadoras del modelo de país que estamos construyendo desde el año 2003.
El discurso que no está acompañado de acciones que lo respalden termina  convirtiéndose en un hilado de significantes vacíos de significado.
En el largo derrotero de nuestro devenir histórico hemos escuchado desde las más oscuras a las más irrisorias manifestaciones de comunicadores y/o dirigente políticos.
En un año electoral se puede caer en la tentación de levantar discursos marcados por la agenda mediática, que a través de la perversa maquinaria puesta en marcha genera la sensación espantosa de estar viviendo una guerra silenciosa en la que cualquiera es plausible de ser asesinado en cualquier esquina.
La estigmatización de la pobreza no es una novedad en las capas medias de nuestra sociedad, hace algunos años ser pobre y ser adolescente se ha convertido en sinónimo de delincuencia a fuerza de imágenes repetidas hasta el hartazgo con musicalización acorde y relatos dantescos.
Y es allí adónde debe prevalecer la responsabilidad de los dirigentes, candidatos y funcionarios que se dejan seducir por las mieles del monopolio y su perversamente demagógico, necesario para saciar el morbo social y hundir cualquier proyecto que implique inclusión. No nos olvidemos que a mayor distribución de la riqueza, mayor igualdad de oportunidades, mayor educación, menor es el margen de concentración del poder en pocas manos.
La construcción de cárceles antes que de escuelas, privar a los niños de la libertad antes que educarlos y ofrecer igualdad de oportunidades, puede servir para acrecentar las encuestas electorales de algunos dirigentes que como Narciso se enamoran se su reflejo en el lago posmoderno: la pantalla de TV, pero de ninguna manera resuelve el conflicto que ellos mismos  presentan como el gran mal de la sociedad argentina.
La historia no se construye en base a encuestas, la profundización del modelo que nos convoca no se concretizará si quienes deben llevar la responsabilidad dirigencial no se posicionan claramente desde lo ideológico, las tibiezas y contradicciones flagrantes generarán indefectiblemente el desbande del capital humano acumulado.
Enamorarse del  propio reflejo en el estanque nos lleva forzosamente al  ridículo… Y dicen por ahí que del ridículo no se vuelve.