miércoles, 11 de enero de 2012

La CAUSA o la COSA

Por Javier Toth 

Fanatismos imbéciles, automatismos que asustan, muerte del pensamiento crítico. La ideología ahí volando como el viento y cambiando según conveniencia. Seres pequeñitos que sostienen su dignidad hasta alcanzar su objetivo, el cargo, pero claro ese ideal estaba muy bien camuflado ya que te hablan del Ché Guevara hasta que llegan a la cúspide del poder, ahí se endiosan y patéticamente se zambullen en un mar de soberbia y, te siguen hablando del Ché pero solo para hacer una ostentación burda y grosera de sus conocimientos, para demostrar cuán superiores son. Son compañeros hasta que consiguen subir el escaloncito que les faltaba, en ese momento no vuelven a ver más allá de su  Blackberry y no te hablan sino a través de su Twitter. Su discurso no condice con sus acciones, te hablan desde la izquierda, te hablan del campo nacional y popular pero luego evitan juntarse con la “chusma”. Y si señoras y señores los divismos están en todas partes, incluso en la política. La lucha dura lo que se tarda en conseguir el rédito personal, ese es el límite de sus convicciones, el techo al que algunos nunca queremos llegar pero así es el hombre, tan imperfecto como humano, tan ambicioso como hombre.
Es que desde el discurso, todos somos grandes revolucionarios, pero en las pequeñas acciones se demuestra lo real, las grietas de esos que en realidad solo querían llegar y, se encargaron de  adecuar su ideología a lo “políticamente correcto” para luego dejar fluir su incontenible ego.
Todos quieren ser generosos, amorosos y bondadosos, todos actúan hipócritamente en consecuencia, pero cuando alguien se atreve a advertir que están dejando de ser generosos, amorosos y bondadosos en sus acciones, automáticamente lanzan su virus de la mediocridad, poderoso por cierto, para acallar esa voz disonante, para que nadie perciba que ese castillo de cristal que construyeron en el aire se ve en riesgo, a punto de ser desmoronado por la tenacidad de aquella voz disonante que solo busca, mediante la verdad y la sinceridad, construir algo verdadero y sustentable, no basado en el personalismo individualista de algún megalómano en potencia, cual vedette de teatro en verano peleando su lugar en la marquesina.  
Una vez caída la máscara y al quedar al descubierto en sus reales intenciones y vulnerables, quien se atreve a cuestionar ese relato unidireccional, monótono y vacio, comienza a ser el enemigo, el gorila, el nefasto que contamina lo construido. Los anticuerpos ideológicos comienzan a atacar cualquier rastro de pensamiento crítico, la policía del pensamiento actúa eliminando el virus que ataca a la masa homogénea, y los mediocres contentos y felices vuelven a escuchar como los aduladores ciegos les recuerdan cuán generosos, amorosos y bondadosos son y todo vuelve a tomar su curso normal. No han mentido cuando decían que eran orgánicos.
Peligroso es cuando uno le miente al séquito cegado de fanatismo, pero más peligroso es cuando ese mismo ser comienza a creerse la mentira y cae víctima de su propio engaño. Y sí, tanto séquito diciéndote que sos “Dios”, al principio dudas, pero luego te la terminas creyendo y haces uso y abuso de la superioridad de origen divino que crees tener, pero cuidado, no son conscientes que al fin y al cabo la caída es irreversible y el golpe de la caída es fatal.
La historia no es para muchos, solo para quienes entienden que somos eslabones de algo aún mayor, que nos excede individualmente, y que solo podremos hacer grandes cosas por la humanidad en tanto y en cuanto entendamos que para llevar a cabo ese plan superior en el camino tenemos que resignar cosas y quizás el crédito termine llevándoselo otro, porque en la lucha, que es colectiva, no importa el nombre ya que no es una obra de teatro de la calle Corrientes, sino lo que estemos dispuestos a dejar por la causa. ¿Realmente estamos dispuestos a dejar de lado los egos, los personalismos y las vanidades? ¿Estamos dispuestos a dejar cosas en el camino? La causa exige y se debe estar a la altura de la circunstancias y se debe ser lo más sincero posible, ya que si se quiere un lugar en la historia se debe dejar de lado lo más preciado por algunos, la ambición de llegar, de que se recuerden cuán bueno, generoso y amoroso sos. Y no solo renunciar a la armadura de vanidad que los cubre sino también a los lujos que tanto los tienta a abandonar la causa. ¿Estamos dispuestos a renunciar a aquello que define la condición humana en pos del bienestar de las generaciones futuras? Al fin y al cabo esa es el objetivo de toda justa lucha colectiva. Los pequeños de espíritu, los iluminados por el ego no tienen lugar en ella.         

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