martes, 2 de marzo de 2010

El huevo de la Serpiente

Por Jorge Raúl Agnese, Licenciado en Periodismo y Comunicación Social (UNLP)

LA GÉNESIS DEL PROCESO DE REORGANIZACIÓN NACIONAL Y COMO SE LLEGO A LA GUERRA DE MALVINAS

El tipo dijo: « ¿Cómo andas? ¿Bien?... ¿Y por qué no se lo decís a tu cara? ». Su interlocutor contestó: «Es que ayer en televisión me di cuenta que hay historiadores que tienen una visión particular de la historia. Felipe Vallese es el primer detenido-desaparecido de la historia reciente desde 1930 en adelante. Ocurrió en la década del ´60, pero para Félix Luna no es así. Para él Aramburu fue la primer víctima de la violencia». Felix Luna, respetado abogado, historiador y ex funcionario de Raúl Alfonsín dijo por la pantalla chica: «El período más trágico en la historia es el de la violencia terrorista y el Proceso. Son como el positivo y el negativo de una fotografía, la violencia terrorista y la del Estado. En ese marco la muerte más absurda fue el asesinato de Pedro Eugenio Aramburu a manos de los Montoneros».
Saliendo de la anécdota y retomando el mando de este ensayo, años atrás el periodista Bernardo Neustadt puso frente al hijo de Pedro Eugenio Aramburu a Mario Firmenich el matador de su padre. El hijo del militar mostró toda su indignación ante el crimen y el criminal. Claro, el periodista Neustadt había construido un dúo falso porque en lugar de Firmenich, debería haber presentado a Susana Valle, hija del general Juan José Valle asesinado en 1956. Entonces la escena se hubiera invertido, el hijo de Aramburu, tendría que haberle pedido disculpas a la hija del general Valle, asesinado por su padre en aquel año funesto. Por su parte Alfonsín que sumó a Félix Luna a su gabinete, no puede haber desconocido que de 1983 hasta mediados de 1985, hubo detenidos desaparecidos en la ESMA. El presidente era él y no Videla, Massera y Agosti. Esto quedó absolutamente claro en el documental «Historias de aparecidos. Las playas del silencio» realizado por la UNLP desde su Extensión la Costa, ubicada en el partido homónimo de la provincia de Buenos Aires. Raúl Ricardo Alfonsín y Carlos Saúl Menem. Ambos ex mandatarios firmaron las leyes de Punto Final, Obediencia Debida y finalmente los indultos a los genocidas. Pero ¿Cuándo comenzó la violencia reciente en la Argentina, que finalizó en una guerra para muchos absurda? Lo que sigue es un ejercicio de la memoria apoyado en fuentes probatorias.

HITLER NO FUE UN ACCIDENTE DE TRABAJO
Así lo expresó el escritor alemán Fritz Fischer cuando debió referirse a la época nazi en su país. En nuestra historia muchos oscuros personajes tampoco fueron casualidad. Para el peronismo el mes de junio tiene fechas imborrables. El 4 de junio se recuerda la revolución que inició - por decirlo de algún modo - el acercamiento del entonces coronel Juan Domingo Perón al poder. Pocos recuerdan esa fecha que pasa casi ignorada por un sector de la prensa nacional. Ocurre lo mismo con el día 9 de junio de 1956, fecha en que se conmemora la sublevación de los generales Juan José Valle y Raúl Tanco que finalizó con la aplicación de la ley marcial a 18 militares y 13 civiles. Total 31 insurrectos. A ellos hay que agregar 3 militares muertos en combate del bando represor, lo que hace un total de 34 fallecidos. Aquellos fusilamientos fueron ilegales, fueron asesinatos como los del basural de José León Suárez, o los ocurridos en los patios de un par de comisarías bonaerenses. Rodolfo Walsh lo demostró fehacientemente en «Operación masacre» (1).
Pero hay más aún. Por eso cuando la historiografía liberal, conservadora o simplemente interesada ubica el origen de la violencia a fines de los sesenta, «olvida» revisar cuatro hechos medulares y desencadenantes: Los golpes militares de 1951, 1952 y 1955 junto con los fusilamientos en José León Suárez, Lanús y La Plata de 1956, tras la revolución de los generales Valle y Tanco. (2)
Existe un quinto que aparece como el más «olvidado»: El bombardeo aéreo contra la población civil en Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955, ahora tipificado como «crimen de lesa humanidad». Por último aparece un sexto capítulo terrible y olvidado: Los atentados contra el subterráneo de la línea A que une Plaza de Mayo con Primera Junta en 1953.
Sobre el General Juan José Valle, Salvador Ferla dijo: «27 fusilamientos para reprimir una insurrección que no alcanzó a disparar 27 balas». Su libro «Mártires y Verdugos» recreó y completó la investigación anterior - «Operación Masacre» -, del escritor y periodista Rodolfo Walsh que había sido publicado en fascículos por la revista Mayoría allá por los años ´60. Walsh fue asesinado durante el Proceso de Reconstrucción Nacional, algo para nada casual como se verá más adelante. Ahora bien, ¿Cómo es posible olvidar el asesinato de 324 civiles - varios de ellos mujeres y niños -, ametrallados y bombardeados salvaje e impunemente el 16 de junio de 1955 en la Plaza de Mayo y sus alrededores? A ese saldo deben agregarse 1962 heridos. Ese fue el ensayo del golpe asesino de septiembre, que luego fusilaría con «serena energía» a Valle y sus hombres mientras el General Aramburu dormía, tal como le dijeron a Susana la hija del general inmolado cuando quiso pedir por su padre, y a Susana de Ibazeta cuando quiso pedir por su esposo.
Ese es el mismo Aramburu que el 24 de mayo de 1955 - como Director General de Sanidad del Ejercito Argentino -, había dictado una resolución por la cual en toda propuesta de nombramientos, ascensos, pases de carrera o gestiones de mejoras para el personal civil, se debía exigir la afiliación al Partido Peronista, documentada mediante «certificados debidamente autenticados». Copia fotográfica de esta resolución fue publicada por la revista Mayoría el 27 de febrero de 1958. De esa exigencia, a la muerte de ciudadanos por simple sospecha de adhesión al peronismo, medió nada mas que un año. En un año el requisito de ser peronista había cambiado trágicamente de signo: Primero era necesario para ascender, luego para morir. Pero esta terrible historia argentina, muestra coincidencias que alarman. ¿Quién se atrevería a decir que no se repetirán?. Los ejemplos son inquietantes. En 1951 el general Benjamín Menéndez - pariente del que se rindió en Malvinas en 1982 -, se alza contra Perón. Junto a él había un capitán del ejercito llamado Alejandro Agustín Lanusse, el mismo que años mas tarde fue cabecilla del golpe de facto denominado «Revolución Argentina». Cuando se bombardea fríamente la Plaza de Mayo en 1955, el Ministro de Marina sublevado - contralmirante Aníbal Olivieri -, dirigió el operativo desde el Hospital Naval donde había sido «internado». Su directivas las llevaba un teniente de Navío llamado Emilio Eduardo Massera, hermano de Carlos Massera uno de los pilotos que arrojó las bombas en la Plaza llevando de copiloto a un civil llamado Miguel Ángel Zavala Ortiz, un radical de pura cepa que luego ocupó puestos - uno diplomático - en varios gobiernos democráticos y de los otros. Los aviones no lograron asesinar a Juan Domingo Perón y buscaron refugio en Uruguay (3). Allí en medio de abrazos efusivos, dos militares argentinos exiliados tras el golpe del año 1951, recibieron a los asesinos aéreos como si fueran héroes. Sus nombres: Alejandro Agustín Lanusse y Guillermo Suárez Mason. Entre esos pilotos estaba Máximo Rivero Kelly, quien fue jefe de la aviación naval durante el Proceso y número dos de la Armada en el gobierno de Alfonsín. Kelly fue quien escoltó con un avión caza de la Fuerza Aérea argentina, al hidroavión Catalina paraguayo donde Perón viajaba al exilio, tras su autoconfinamiento en una cañonera de esa nacionalidad. Kelly es el mismo que está involucrado en la violación de los derechos humanos en los «fusilamientos» de la base Almirante Zar de Trelew en los ´70.
El autodenominado golpe militar «Revolución Libertadora», tras sacarse de encima al general Eduardo Lonardi que quería elecciones rápidamente entre otras cosas, queda en manos del general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Francisco Rojas - que días antes del golpe había recibido muy sonriente la medalla a la lealtad peronista entregada por la CGT -, entre ambos armaron una exposición con las joyas y el vestuario de Eva Perón y de Juan Perón.
La Casa Ricchiardi aportó varias joyas para aumentar el volumen del «latrocinio» peronista. De Perón mostraron 102 pares de zapatos - «ni que fuera un ciempiés» dijo el General socarronamente al enterarse - todos estos elementos estaban vigilados por un bisoño oficial de caballería llamado Jorge Rafael Videla. El mismo que despidió a Lanusse en su calidad de director del Colegio Militar, cuando el «Cano» viajaba a la Rosada a entregar el poder a Héctor Cámpora en 1973. En ese momento - según lo aseguró el periodista Daniel Mendoza - Lanusse dijo: «¡Mire qué pelotudo! ¡Vamos a llegar hasta las nubes y va a seguir haciendo la venia!» . El día que asumió Cámpora, el periodista Roberto Disandro estaba en la plaza observando la salida de Lanusse en medio de insultos. Un viejo peronista que peinaba canas le dijo: «Mirá: Estos sólo se van a los cuarteles. Allí se quedarán esperando su oportunidad. Lo que viene es apoyarnos entre todos para que allí se queden». Disandro narró para este ensayo que creyó estar ante un peronista temeroso. Lo grave es que ese hombre no se equivoco. El caso es que el 16 de junio se realizaría un desagravio por la quema de una bandera Argentina durante la procesión de Corpus Cristy. Consistía en un vuelo de aviones que iban a tirar flores sobre la Catedral. Pero cayeron bombas. La primera procedió de un avión «North American» piloteado por Néstor Noriega, que era jefe de la base aeronaval de Punta Indio. Detrás vino otro al mando del capitán de Navío Zavarots. Se calcula que tiraron al menos 40 mil kilos de carga mortífera. A los nombres de estos aviadores - además de los ya nombrados Carlos Massera y Rivero Kelly -, debemos agregar a Horacio Mayorga - secretario privado del traidor ministro de Marina Aníbal Olivieri y luego mano dura de la Revolución Argentina y del Proceso - a Francisco Manrique - el inventor del Prode cuando fue Ministro de Bienestar Social de Lanusse - y a Osvaldo Cacciatore recordado intendente del Proceso. Menéndez, Lanusse, Suárez Mason, los Massera, Videla, Manrique, Cacciatore, Mayorga, todos militares, y hay muchos más, algunos hasta hace poco con mando.
En «Los intelectuales y el poder» - una entrevista realizada a Michael Foucault por la revista L´Arc Nº 49 de 1972 -, el pensador expresa: «La gran incógnita es: ¿Quién ejerce el poder? ¿Cómo lo ejerce? ¿Junto a quién y con quién lo ejerce? y ¿Dónde lo ejerce? Actualmente se sabe prácticamente quién explota, a dónde va el provecho, entre qué manos pasa y dónde se invierte, mientras que el poder es más oculto... (... ) se sabe bien que no son sólo los gobernantes los que detentan el poder. Pero la noción de clase dirigente no es ni muy clara ni está muy elaborada...(...) sería necesario saber bien hasta dónde se ejerce el poder, porque conexiones y hasta qué instancias, ínfimas con frecuencia, de jerarquía, de control, de vigilancia, de prohibición, de sujeciones. Por todas partes en donde existe el poder, el poder se ejerce. Nadie, hablando con propiedad, es el titular de él; y, sin embargo se ejerce en una determinada dirección, con los unos de una parte y los otros de otra; no se sabe quién lo tiene exactamente; pero se sabe quién no lo tiene...»
Por tal motivo es bueno conocer a los civiles que acompañaron a este cuadro represor y genocida. Dejando de lado toda cronología algunos nombres son: Roberto y Juan Aleman - este ultimo responsable de la frase «Hay que tener estómago para hacerse cargo del hijo de un guerrillero» - Eugenio Blanco, Arturo Mor Roig - el hombre que le recomendó a Lanusse no entregarle el poder a Cámpora - Alfredo Palacios, Américo Ghioldi - responsable de la frase «Se acabó la leche de la vaca Clemencia» ante la revolución del general Juan José Valle en 1956 - Walter Constanza, Oscar Alende, Jorge Aguado, Arnaldo Musich, Virgilio Loiacono, el genocida económico José Alfredo Martínez de Hoz, Federico Pinedo (Padre), Oscar Camilion, Domingo Cavallo, Lorenzo Sigaut - responsable de la frase «El que apuesta al dólar pierde» que sumió en un desastre económico más a nuestra economía - Manuel Solanet, José Romero Feris, Walter Klein, Carlos O. Burundarena, Eduardo R. Oxenford, Norberto Couto, Alejandro Estrada, Alvaro Alsogaray - responsable de la frase «Hay que pasar el invierno» que en realidad fue la continuidad de la entrega del patrimonio nacional -, Mario Cadenas Madariaga, Adolfo Diz, Alejandro Reynal, Ricardo Yofre, Virgilio Loiacono, Arnaldo Musich, Jorge Aja Espil, Tomas de Anchorena, Jorge Zorriegueta, Pedro Pou, José Luis Machinea, Osvaldo Cornide, Carlos Burundarena, Manuel Solanet, Roberto Durrieu, Alberto Rodríguez Varela, José Maria Dagnino Pastore, Jorge Wehbe, Conrado Bauer, Guillermo del Chioppo y Adolfo Navajas Artaza entre los mas «renombrados».
El propio peronismo tiene sus complicidades, porque en él se cobijaron engendros como José López Rega - alias «El brujo», creador de la tristemente célebre Alianza Anticomunista Argentina o Triple A - Isabel Martínez de Perón - alias «Isabelita y/o Chabela» - Julio César Aráoz, Celestino Rodrigo, Casildo Herreras - el que al comienzo del Proceso dijo «yo me borre» al llegar a Uruguay exiliado - Mario Firmenich, Rodolfo Galimberti, y varios más que aún hoy están en el poder, pero ninguno tan letal como Carlos Menem - quien se abrazó con Isaac Francisco Rojas y ascendió a Alfredo Aztiz - y que es co-firmante de la ley de Obediencia Debida y Punto final con Raúl Alfonsín, el primer presidente de la democracia de 1983. Ambos permitieron que los genocidas estén sueltos. Hoy el riojano es legislador nacional y aún ejerce algo de poder en su partido.
Por ello Michael Foucault en «La microfísica del poder» indica que «el poder no es un fenómeno de dominación masiva y homogénea de un individuo sobre los otros, de un grupo sobre otros, de una clase sobre otras; el poder contemplado desde cerca no es algo dividido entre quienes lo poseen y los que no lo tienen y lo soportan. El poder tiene que ser analizado como algo que no funciona sino en cadena. No está nunca localizado aquí o allá, no está nunca en manos de algunos. El poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular. Y en sus redes circulan los individuos quienes están siempre en situaciones de sufrir o ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o consistente del poder ni son siempre los elementos de conexión El poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos». En suma: Cualquier intento de tomar el poder por vía del golpe, exige una variada gama de cómplices antes, durante y después del mismo.
Dentro de este fárrago es imposible evitar olvidar a la Santa Iglesia Católica (4) y a sus curas - la mayoría vicarios castrenses -, contenedores de los encargados de los vuelos de la muerte. Al regreso de la macabra tarea les expresaban: «No se preocupen hijos: Las aguas del Rió de La Plata son como las del Río Jordán, porque lavaban los pecados», tal como lo informa Horacio Verbistki en su libro «El vuelo». Sobre este tema sordido - donde el fundamentalismo prima macabramente -, Pierre Bourdieu coincidió con Carlos Marx: «La religión es el opio de los pueblos».
Asimismo Bourdieu, planteaba que la religión no es sólo una instancia simbólica, sino que es también un espacio de producción y reproducción social, por lo que puede ser interpretada como un campo que - en el sentido que Bourdieu le otorga al concepto - es una arena social donde las luchas y maniobras se llevan a cabo sobre y en torno al acceso a recursos.
En ese campo no sólo se recrea la hegemonía y se consolida el control de un grupo sino que lo básico que ocurre es que «los adversarios luchan para imponer unos principios de visión y de división del mundo social». Piedra angular de la teoría de Bourdieu es la relación de doble sentido entre las estructuras objetivas - la de los campos sociales - y las estructuras incorporadas - las de los habitus - así Bourdieu toma en consideración las potencialidades inscriptas en el cuerpo de los agentes - y en la estructura de las situaciones en las que éstos actúan - con los conceptos fundamentales de habitus y campo. La estrecha relación entre habitus y campo es una suerte de lazo no mediado, infraconsciente - Bourdieu evita el uso de «inconsciente» -, en la que los habitus están vinculados al campo por una suerte de complicidad ontológica.
En ese sentido la Iglesia tiene claro estos conceptos y por eso los nudillos de las manos de muchos curas y de muchos políticos se encallecieron de tanto golpear las puertas de los cuarteles, en más de la mitad del siglo que se fue. Otros fantasmas, circulan en las universidades de los Bruera y los Ottalagano, en la burocracia sindical ultratraidora, en intelectuales como Manuel Mujica Láinez - el que criticó a Julio Cortazar por denunciar al Proceso desde Francia, mientras él lo defendía - Jorge Luís Borges - el que se abrazó calurosamente con Videla y Pinochet y dijo haber conocido a dos caballeros - como Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, en fin... seguro muchos escapan a la memoria, pero lo cierto y comprobado es que los mencionados en distintas épocas colaboraron - desde 1951 a la fecha - con los usurpadores y los asesinos. Muchos de ellos están en funciones hoy. No se fueron y ejercen poder económico y/o político.
Tampoco debe olvidarse a uno de los militares más nefastos que soportó el país: Juan Carlos Ongania. Durante su mandato desapareció el peso como moneda al serle cercenados dos ceros - recordar al civil ideólogo Adalberto Krieger Vasena -, y el crimen cultural que fue «La noche de los bastones largos» que arrojó del país a más de 1.400 científicos y profesores, entre ellos algún posterior premio Nóbel. Luego se estrelló contra «El cordobazo».
Por eso el título de la reconstrucción de este contexto para la presente tesis: Lo que pasó en el país desde 1951 a 1976 no fue ni una casualidad histórica, ni una repentina aparición en la sociedad Argentina. El 9 de junio de 1956 - cuando aún se lloraba a los muertos de los bombardeos del ´55 y sus asesinos estaban en el poder -, una proclama decía: «No hacemos cuestión de banderías, porque luchamos por la Patria, que es de todos. No nos mueve el interés de ningún hombre, ni de ningún partido. Por ello, sin odios ni rencores, sin deseos de venganza ni discriminaciones entre hermanos, llamamos a la lucha a todos los argentinos que con limpieza de conducta y pureza de intenciones, por encima de las diferencias circunstanciales, de grupos, o partidos, quieran y defiendan lo que no puede dejar de querer o defender un argentino: la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria, en una Nación socialmente Justa, económicamente Libre, y políticamente Soberana.». Esto llevaba la firma de los generales Juan José Valle y Raúl Tanco. Pero nada sirvió porque a todos los muertos de los fusilamientos, a los muertos de los atentados a la línea A de subterráneos y a los muertos por los bombardeos de Plaza de Mayo, se sumaron años más tarde los 30.000 desaparecidos, los que murieron en Malvinas y los que murieron en el abandono de la posguerra y la desmalvinización.
Lo grave es que los representantes de los argentinos y un gran sector de ellos, siguen haciéndose los distraídos: el 16 de mayo de 2005, Daniel Mario Brión - hijo de uno de los civiles asesinados en el basural de José León Suárez en la Operación Masacre de junio de 1956 - le reclamó al entonces presidente Néstor Kirchner el cumplimiento de una promesa hecha en el 2003, a través de la cual se comprometió a solucionar los inconvenientes y facilitar el cobro del beneficio que la Ley 25.192 establecía para sus viudas e hijos. Un año después se dictó el Decreto 716/04 fechado 9 de junio de 2004, donde claramente se establece la manera de la cancelación del beneficio derivado de lo establecido antes mencionado, comprometiendo nuevamente el nombre del presidente en la solución del trámite y el cobro. A la fecha no se hizo público si ese pago se realizó. Muchas viudas e hijos ya fallecieron. Y nuevamente hay que reclamar con vergüenza ajena a cincuenta años de la tragedia. Pero es bueno continuar haciendo memoria y enmarcando una historia que terminó en una guerra por unas islas del Atlántico Sur en 1982, ya que algunos detalles precedentes merecen una ampliación.
TENEBROSA PARADOJA SUBTERRÁNEA.
Continuando el hilo de la historia, ésta - cada 50 años -, permite conocer detalles de hechos acaecidos en nuestro país. En una página de Internet dedicada al transporte público de pasajeros, se da a conocer la historia sobre el peor atentado ocurrido en el servicio de subterráneos porteños, que no es tratado y ni recordado como corresponde nunca. La situación política del gobierno del general Perón en 1953 no era buena. Una crisis económica aquejaba al país desde el año anterior y cada vez se agudizaba más. Algunas medidas restrictivas del consumo aumentaron el descontento de la gente: comer pan negro se hizo algo cotidiano - más allá de la ayuda que se le brindó a España con nuestra harina - se racionó la nafta y se fijó un cupo de 30 litros semanales por auto, se estableció una veda al consumo de carne y se modificó el horario de atención de los comercios, con el fin de racionar la escasa energía eléctrica disponible. Era de esperar que buena parte de la sociedad comenzara a mirar con malos ojos al gobierno. A ello debe agregarse lo que hoy se denominan Derechos humanos. Por aquellas épocas y sobre todo tras el fallecimiento de Eva Duarte que convirtió a Peron en un cuchillo sin filo (Eduardo Galeano (dixit) , se hablaba de casos trágicos de presos políticos torturados con picana eléctrica, bajo la «dirección» del comisario de la Policía Federal Cipriano Lombilla y su hermano Olegario. A ellos se responsabilizó de casos como el de la obrera del grupo disidente del gremio de los telefónicos, Nieves Boschi de Blanco, embarazada y torturada por los Lombilla en l95l. El caso del estudiante comunista Mario Ernesto Bravo, casi masacrado por los Lombilla en l95l y salvado de la muerte gracias al valor de un médico de apellido Caride. Respecto de este hecho se hizo justicia gracias a un valeroso y excepcional juez, el Dr. Sadi Conrado Massue que desoyó las advertencias de Perón cuando afirmó: «no haga caso de los cuentos chinos de los comunistas». Otro caso fue el del médico comunista Juan Ingalinella torturado con picana eléctrica hasta la muerte en junio de l955. Su cadáver fue arrojado al río Parana. Cuando se escriben las crónicas - primera versión de la historia - sobre la era peronista olvidan mencionar a la fuerza de choque llamada «Alianza Libertadora Nacionalista» cuyo lema era «La vida por Perón», y que con total impunidad, en las calles de Bs. As. atacaban con armas blancas a manifestaciones de opositores al oficialismo.
También se denunciaban casos de censura periodística, exagerada propaganda oficial sobre todo en las escuelas primarias accionando directamente sobre el alumnado con los libros de lectura obligatorios, y otros temas como la obligación de llevar luto por la muerte de Eva Perón a todos los empleados públicos, sopena de cesantía. .
Los opositores a Perón consideraron que la oportunidad estaba a punto de caramelo y comenzaron a conspirar en la clandestinidad para desestabilizar al gobierno. Para muchos el fin justificó los medios y combatieron de cualquier manera y sin medir las posibles consecuencias de sus actos. Fue un error político y de apreciación del enemigo. La entonces fiel y leal CGT organizó una multitudinaria concentración cívica en Plaza de Mayo para apoyar a su líder, el 15 de abril de 1953. Pese a los vaticinios de la oposición, que esperaban una plaza vacía, el aparato sindical funcionó a la perfección y el acto fue realmente masivo. Algunos pensaron - en su locura fanática por hacer tambalear al régimen peronista -, que este acto sería una buena oportunidad para dar un buen golpe de efecto.
El miércoles 14 de abril de 1953.
Según versiones publicadas en diferentes diarios de la época, fue un día antes del acto que El Jefe, El Ingeniero y El Ayudante se reunieron en un comercio cercano a Plaza Miserere con el fin de armar los explosivos que se utilizarían al día siguiente. Tampoco puede descartarse que las bombas hubieran sido fabricadas anteriormente y que la reunión tuviera como objetivo planificar los pasos a seguir durante el acto. La información disponible es escasa. El local - de la firma Redondo Hnos. ubicado en la avenida Jujuy 47/51, entre Av. Rivadavia e Hipólito Irigoyen -, era el centro de actividades del Jefe. Allí solían fabricarse bombas, redactarse panfletos antiperonistas y organizarse reuniones políticas clandestinas. El Ingeniero armó tres bombas. La más pequeña tenía 30 cartuchos de gelinita y fue destinada al Hotel Mayo que estaba en refacción, ubicado en la esquina de Defensa e Hipólito Yrigoyen . Otra algo más potente - armada con 50 cartuchos de gelinita -, fue colocada en el octavo piso del Nuevo Banco Italiano, pero no estalló por defectos en el mecanismo de relojería. La última y más poderosa - que contaba con 100 cartuchos -, fue la que El Ingeniero y El Ayudante colocaron en la estación Plaza de Mayo de la línea «A» de subterráneos.
El jueves 15 de abril de 1953
A las 16 horas comenzó un paro general en la ciudad de Buenos Aires programado por la CGT. Poco después comenzaron a llegar las primeras columnas, y a la hora del comienzo del acto - según las crónicas de entonces - la plaza reventaba. Hacía 14 minutos que el presidente Perón desarrollaba su discurso donde se refería al problema de la especulación, la explotación del agio por los malos comerciantes y del control de precios que se había establecido. En ese momento se escuchó la primera explosión. Era la bomba que El Ingeniero colocó debajo de una heladera en la confitería del Hotel Mayo, que estaba cerrado por refacciones y al cual fue relativamente fácil acceder. Era la de menor poder, pero igualmente causó graves daños en el hotel y destrozos en las construcciones vecinas. Una de las cortinas metálicas fue arrancada de cuajo y muchas ventanas y vidrieras cercanas quedaron destruidas, sobre todo del lado de la calle Defensa. La calzada quedó cubierta de cristales rotos y se registraron varios heridos.
En la plaza, se pudo ver al presidente Perón impartir indicaciones a algunos funcionarios que estaban junto a él, mientras levantaba sus brazos con la firme intención de infundir calma en el público enardecido, para luego continuar con su discurso: «Compañeros: Éstos - los mismos que hacen circular los rumores todos los días - parece que hoy se han sentido más rumorosos, queriéndonos colocar una bomba...». En ese instante se escuchó otro estallido, mucho más potente que el anterior: Era la bomba colocada en la estación Plaza de Mayo, de cuyas bocas de acceso comenzó a emanar humo. El Ingeniero la ubicó en una casilla - bajo un tablero eléctrico -, en el andén. Los destrozos fueron cuantiosos y afectó a una formación estacionada e instalaciones fijas. Si bien las crónicas señalan que la estación estaba cerrada al público debido al acto, igualmente hubo 6 víctimas fatales. No consta si todas las muertes se registraron en la estación o si algunas son producto del estallido en el Hotel Mayo.
En un primer momento se identificaron 93 heridos entre los dos atentados, aunque posteriormente se barajaron cifras superiores al centenar. Muchos de ellos - como también alguno de los muertos -, eran simples empleados del subte por aquellos años administrado por la estatal Transportes de Buenos Aires. Horas después, los «muchachos peronistas» se tomaron venganza de la agresión y destruyeron locales de partidos opositores y el edificio del Jockey Club, ubicado en la calle Florida 559 y que era uno de los símbolos indiscutidos de la oligarquía argentina.

El lunes 11 de mayo de 1953
Luego de investigaciones llevadas a cabo por personal de la comisaría 17° de la Policía Federal, se logró detener al Ingeniero. Esto fue la culminación de un rastreo iniciado tras la caída de un avión en el Uruguay, que trasladaba al Jefe y al Ayudante al vecino país, presumiblemente en búsqueda del dinero suficiente para facilitar la fuga del Ingeniero - el principal autor de los atentados - al exterior. Los viajes de los integrantes del grupo subversivo al país hermano eran frecuentes y con documentos de identidad apócrifos. Justo en ese viaje trunco, El Jefe utilizó una cédula de identidad expedida por la Policía Federal a nombre del Ingeniero. Este dato fue el punto de partida que permitió detenerlo junto a otras tres personas, en un departamento de la calle Juncal al 2100, en el que se había refugiado mientras esperaba dinero para escapar del país. Tras su arresto, El Ingeniero reconoció su participación en muchos atentados, entre ellos los del 15 de abril. Finalmente quedó alojado en la desaparecida Penitenciaría Nacional, que estaba ubicada en el solar que actualmente ocupa la Plaza Las Heras, en el barrio norte porteño. El mismo lugar donde en 1956 se fusiló al General Juan José Valle, tras la suspensión de La Ley Marcial.

SORPRESAS DE LA VIDA
¿Qué pasó con los protagonistas del atentado? No hay mayores referencias de la suerte corrida por El Ayudante - llamado Carlos Alberto González Dogliotti -, tras su liberación. El Jefe - llamado Arturo Mathov -, tuvo notoriedad pública como diputado nacional. En cambio El Ingeniero, tuvo mucha más suerte que sus compañeros. En junio de 1955, en el marco de una amplia amnistía política, recuperó su libertad para volver a dedicarse a la política. Durante la presidencia del Dr. Arturo Illia fue Secretario General del Consejo Nacional de Desarrollo, (CONADE). Tras la caída de Illia, actuó como planificador en el seno de la ONU. En el gobierno de Raúl Alfonsín, fue Ministro de Obras Públicas, y el 25 de Mayo de 1985 pasó a ser Ministro de Defensa tras el fallecimiento de Raúl Borrás, su antecesor en el cargo. Meses después - el sábado 8 de febrero de 1986 -, falleció en circunstancias nunca aclaradas. Su cadáver apareció flotando boca abajo en la pileta de su residencia oficial de Campo de Mayo, luego de almorzar con un grupo de amigos y correligionarios de su partido entre los que - afirmó La Prensa -, se encontraban el «Coty» Nosiglia y el «Changüi» Cáceres. Se lo veló a cajón cerrado. Muchos habrán deducido su nombre: Se trata de Roque Guillermo Carranza. El mismo al que se recuerda en sendas estaciones del subte «D» y del ex ferrocarril Mitre. La primera - inaugurada el 29 de diciembre de 1987 - fue rebautizada sobre la marcha por Subterráneos de Buenos Aires, sustituyendo al nombre elegido - General Savio padre de la siderurgia argentina - por el del Ingeniero. Cabe señalar un dato que no es menor: Los carteles que homenajeaban al General Savio ya habían sido instalados en la nueva estación de la línea del ferrocarril Mitre, pero - entre gallos y medianoche -, apareció el nombre de «Ministro Carranza», en ambas estaciones que se cruzan en el lugar.
Ahora bien, entremos en el terreno de las suposiciones: Imaginemos que fue el mejor ministro de la historia argentina y que merecía el homenaje. Se lo podría recordar con una estatua, una plaza, plazoleta o parque, o tal vez una calle, pasaje o autopista podrían llevar su nombre. Pero ¿Una estación de subte? ¿Justamente al autor del más trágico atentado en la historia de los subterráneos porteños? ¿Qué criterio se utilizó para cambiar el nombre del General Savio por el de Ministro Carranza? ¿Habrán buceado en la historia antes de tomar la decisión o ésta fue meramente política? ¿Conocían el explosivo pasado del ministro Roque Carranza, alias El ingeniero?
Es difícil encontrar ciertas respuestas. Es de suponer que buena parte de los muertos en el atentado han dejado en este mundo a parientes o amigos que lloraron su partida. Tal vez algunos de los heridos aún vivan arrastrando secuelas de esa tragedia. Y aquí surge la pregunta más dolorosa de todas: ¿Cómo se sentirán - si utilizan el subte «D» o el ex ferrocarril Mitre -, al ver el nombre del responsable de su desgracia inmortalizado en el andén? Estación Ministro Carranza. ¿Se pensó en las víctimas al concretar este homenaje? Este ensayo lo duda, y sostiene que es hora que ese nombre sea desalojado de los sitios que ocupa. Será justicia.
EL GENOCIDIO ECONOMICO EN EL PROCESO
Estudios realizados por la cátedra de Economía Política y Problemática Económica Argentina de la FP y CS de la UNLP, demostraron los alcances del otro genocidio provocado por el Proceso: El Económico. En resumen, la deuda externa la inicio en 1822 Bernardino Rivadavia con el empréstito Baring, y la pagó en su totalidad el gobierno argentino en 1949. Argentina estuvo 3 meses sin deuda externa. Luego el país se volvió a endeudar para afrontar la deuda interna que era privada. Hasta 1975 cada argentino debía 157 dólares.
Al retirarse el Proceso de Reorganización Nacional en 1983, esa suma se había elevado a 1.088 dólares. Esto se debió a varias causas como «la bicicleta financiera». El Estado mantuvo el dólar barato endeudando a sus empresas públicas para tratar de detener la inflación. Gracias a la tablita creada por José Alfredo Martínez de Hoz que digitaba el cambio por 180 días, los empresarios especuladores pedían préstamos en el exterior a bajo interés y lo colocaban aquí a tasa altísimas. Lograban esto liquidando sus empresas. Los particulares también intervenían vendiendo sus propiedades para especular fugando sus capitales al exterior y luego trayéndolo como deuda externa privada, y finalmente repetir el circuito. Así aparecieron empresarios ricos con empresas fundidas. Eran los días de la patria financiera.
Otra causa fue la deuda privada. Los empresarios y especuladores que se habían endeudado en el exterior salvaron la ropa en 1981. Esas deudas se estatizan a través del sistema de seguros de cambio que garantizaba un dólar a precio menor que el mercado. La deuda privada se transformó en pública a través de la emisión de bonos del gobierno nacional en dólares para su entrega en pago o en garantía de los seguros de cambio vencidos en 1982 y 1983. Otra causa fueron las importaciones de armas. El proceso se metió en tres conflictos armados: contra Chile (Beagle - 1979), contra Inglaterra (Malvinas - 1982), y contra el pueblo argentino en todo el periodo desde 1976 a 1983. Se importaron armas que figuraron en la Balanza de Pagos como importaciones no especificadas por casi 8 mil millones de dólares. Los intereses devengados fueron otra causa que engrosó la deuda externa que como tal había generado intereses que fueron pagados con más empréstitos. Hubo varios acuerdos con el FMI, uno de los cuales fue estatizar la deuda privada.

LA DEUDA EN DEMOCRACIA
La democracia prometió investigar la deuda y no lo hizo. Por el contrario la aceptó tal cual estaba integrándose así a los países latinoamericanos inmersos en la llamada «década perdida», periodo donde EE.UU. financió su déficit fiscal con endeudamiento y provocó el alza de las tasas de interés mundial, destruyendo a los países deudores, que ahora no podían pedir y debían pagar la deuda. En nuestro país la deuda aumentó porque aun seguían operando los seguros de cambio del proceso y continuaba la emisión para soportar los intereses de la deuda. Alfonsín debe entregar el poder antes ante la situación inflacionaria insostenible. Cuando asume Menem ofrece en pago de deuda el esfuerzo de 50 años de trabajo argentino: Las empresas del estado. Operativos de prensa sostenían que el estado era ineficiente, pero sorprendentemente las empresas fueron compradas por estados como el español y el francés, entre otros. Esta entrega y el favorable contexto económico del mundo que bajo las tasas, permitió creer que la convertibilidad era buena.
En tanto se producía la peor privatización: La del sistema jubilatorio que paso a manos de las AFJP privadas y que hizo que el estado dejara de percibir recursos que luego le pidió prestados a las AFJP en términos usurarios. Luego vinieron las crisis mundial - la del Sudeste asiático, la de Rusia y la de Brasil entre otras -, con devaluación monetaria. Argentina totalmente endeudada entra en recesión, cae la economía, aumenta el déficit fiscal que se financiaba con más endeudamiento, y recorte de gastos junto a aumento de impuestos que aumentaban la recesión. Llegó el megacanje de Cavallo, que cambio deuda al 7 % por deuda nueva al 16 %, lo que terminó de acercar a nuestro país a la cesación de pagos, todo avalado por el FMI. Ocurren grandes fugas de capitales que producen el corralito y el fin de la convertibilidad. Hoy cada argentino debe más de 4 mil dólares, y la deuda externa rondaría los 120 mil millones de la misma moneda.
Responsables: Los gobiernos argentinos que adoptaron irresponsablemente políticas contrarias al interés nacional. El FMI que apoyó estas políticas actuando como juez y arte (Recordar las AFJP). Los gobiernos de los países ricos que perjudicaron a los países pobres con sus proteccionismos. Los bancos que eran conscientes de la ilegalidad de las operaciones. Esto quedó demostrado en el juicio iniciado por Alejandro Olmos, quien demostró y logró que la justicia sentenciara la ilegalidad de la deuda que hoy es impagable, e injusto que deba hacerse cargo quien no la contrajo.
Toda esta génesis permite comprender porque el dictador Galtieri se atrevió a concretar la tamaña insensatez de llevar a nuestro país a una guerra para la que no estaba preparado. Es evidente, que los procesistas tenían conciencia de dos temas trascendentales: El primero, que una guerra podía ser la salida elegante para «esconder» una serie de delitos económicos y sociales que eran claras reiteraciones de traición a la Patria. El segundo, el grado de condicionamiento psicológico del pueblo argentino tras décadas de lavado de cerebro masivo, y del que ellos mismos - seguramente -, fueron también víctimas y luego instrumento. Prueba de ello es el entusiasmo futbolero con que el pueblo argentino apaleado horas antes, llenó la plaza de Mayo para vociferar su delirio ante el fatuo émulo del general yanqui George Patton. «El apaleador victoreado» sería un buen título para una novela sobre nuestras Malvinas. Lo alarmante es que el proceso estaba seguro -y no se equivocó -, que una psicosis colectiva se apoderaría de los argentinos. Una psicosis integrada por un triunfalismo vesánico, un patrioterismo de la peor laya y - en síntesis -, todos los comportamientos colectivos patológicos de que hicieron derroche los argentinos en esas jornadas - donde lo inolvidable lo protagonizaron los jóvenes soldados argentinos -, y donde otra clase de argentinos - al estilo de la plebe romana en el Coliseo -, aullaban de alegría por la carbonización de soldados ingleses o por el hundimiento de barcos enemigos, olvidando que eso ocurría sobre las cenizas de nuestros jóvenes soldados. A fines de abril de 1982 una encuesta de la empresa Gallup señalaba que el 90 % de los entrevistados «apoyaba la defensa del archipielago por la fuerza»; que el 82 % «se negaba a negociar con Gran Bretaña», y que el 76 % «estaba seguro que la Argentrina ganaría la guerra». Por ello se entro en ese frenesí patriótico impulsado desde el gobierno, en el marco de un variado menú fellinesco, por miedo o conveniencia. Entre la censura y la propaganda oficial desde la prensa gráfica, radial y televisiva se bombardeo la mente de los argentinos atizando un clima belisista que era el clima de adhesión que buscaba Galtieri. Y esos mismos argentinos fueron los que se prestaron a la «desmalvinización», primero con la dictadura militar y luego con el gobierno democrático alfonsinista. Nadie quería ver la derrota. Fue simplemente un cándido patrioterismo chauvinista y ante la rendición, así como aplaudieron con inconsciente safismo al «general majestuoso» que invadió las islas, con la misma inconsciencia le solicitaron «no se rinda general», sometiendo así a adolescentes - atontados de hambre y de frío -, a una muerte despiadada en medio del barro y de la inmundicia. Total ellos tenían cama y comida caliente esperando en casa.
El pago que recibieron esos argentinos fue una nueva paliza, similar a la que cayó sobre sus espaldas el 30 de marzo de 1982 en la Plaza de Mayo. Quizá el único acto razonable en toda esta asombrosa historia, haya sido la vergonzante rendición del general Menéndez, que permitió la salvación de varios miles de jóvenes soldados.
Pero esta es nuestra historia. La de un país inmensamente rico, infundible, pero habitado por un sector de habitantes que lo traicionan, otro sector que se hace el «distraído», y el sector de los desposeídos de siempre que sufre sin prisa pero sin pausa. Un país lleno de paradojas.
En este ensayo también subyace un tardío mea culpa generacional del autor, por haber permitido que distintos civiles, políticos y militares - salvo contadas excepciones -, hayan manipulado a un pueblo que - en muchos casos-, ha vuelto a votar a los mismos impresentables desde 1983 a la fecha, sin tomar en cuenta que detrás de los cabeza de listas, sólo encontrarían aguantaderos que protegían a simples delincuentes que ni para fundir al país fueron certeros. Por eso es bueno recordar a Eric Hobsbawm cuando en su obra autobiográfica «Años Interesantes», insiste en la necesidad del compromiso histórico social al expresar: «Pero no abandonemos las armas, ni siquiera en los momentos más difíciles. La injusticia social debe seguir siendo denunciada y combatida. El mundo no mejorará por sí solo». Traspolando el concepto, nuestro país tampoco mejorará por sí solo. El telón que cubre la verdad debe ser descorrido. Lo cierto es que la génesis del proceso de Reconstrucción Nacional que nos llevó al enfrentamiento bélico con Inglaterra, no comienza el 26 de marzo de 1976.
Su origen - el huevo de la serpiente - debe ubicarse en 1951 y la prueba irefutable es la repetición de apellidos. Los responsables - civiles y militares -, ante el juicio de la historia deben ser desenmascarados para las generaciones que nos sobrevivan. Los que dieron su vida por un ideal - como Jesús de Nazaret - merecen que otras generaciones conozcan a quienes destrozaron la vida y el futuro de jóvenes argentinos, muchos de ellos muertos en Malvinas. Los pueblos que no conocen su historia, no comprenden su presente y no podrán planificar convenientemente su futuro. Hoy nuestros excombatientes con sus reclamos piden justicia. No piden la Luna, piden sólo la justicia del reconocimiento. Este ensayo sostiene sinceramente que uno de los caminos es a través de sus narraciones orales, ya que su dramatismo obligará a desentrañar no sólo el horror de la guerra y la posguerra, sino también a quienes fueron los responsables de estos sucesos. Los testimonios de nuestros excombatientes son la huella de la historia perdida hecha palabra, y la puerta que debemos abrir para rescatarlos del olvido e instalarlos para siempre en la memoria colectiva de nuestro pueblo

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