sábado, 8 de septiembre de 2012

Relaciones internacionales: hacia la construcción de un nuevo paradigma



Por Nicolás Durán- Militante JP Causa Peronista Brown

Desde hace más de sesenta años las relaciones internacionales estan signadas por la marca de la realpolitik, se orientan y construyen desde una perspectiva eminentemente realista, paradigma que se fortalece tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Dicho conflicto
 bélico significó el fracaso en el terreno de los postulados idealistas que desde la Paz de Versalles albergaban las esperanzas de buena parte de Europa, confiada en que un enfrentamiento de tal magnitud no se volvería a repetir. La doctrina elaborada por el aquel entonces presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, cedió el terreno a una corriente diametralmente opuesta, criatura que nace del sufrimiento generado por dos guerras mundiales particularmente atroces en los que la humanidad descubrió su costado mas oscuro y perverso. No es de extrañar que la teoría que se construiría en adelante estaría marcada por el miedo, la desconfianza, el pragmatismo, retomando la tradición maquiavélica en clara contraposición con el idealismo. Pareciera hoy día, que el mundo se hubiese detenido en 1945, o al menos las estructuras políticas mundiales que, a pesar de los cambios sistémicos evidentes, no han logrado aggiornarse para dar lugar a nuevas instituciones que permitan construir un nuevo paradigma que sin desconocer los aportes teóricos posteriores, pueda retomar la senda del idealismo como fuerza transformadora de las relaciones entre los estados y los pueblos.

Quienes conservamos la esperanza de hacer del mundo un lugar mejor para toda la humanidad no podemos resignarnos a que las relaciones internacionales sean una teoría de la desesperanza, no podernos dejarnos apabullar por los actuales indicadores que muestan un panorama cada vez más sombrío, en plena crisis ambiental mundial, en un mundo que es totalmente indiferente al hambre y el sufrimiento de millones de seres humanos. Es imposible ignorar estos sucesos, es inhumano observarlos con una lupa, como si la tierra fuese nuestra rata de laboratorio y nuestra tarea fuese simplemente limitarnos a examinar su comportamiento. El sistema internacional no es una cosa abstracta que encontramos en los libros y en las teorías, es real y podemos verlo todos los días, esta compuesto por personas que en su gran mayoría sufren porque aun esperan un cambio en la estructura mundial que les devuelva la esperanza. Su voz, no audible para los poderes mundiales, es el llamado que nos convoca a dedicar nuestros esfuerzos en la creación de un nuevo paradigma. Si actualmente atravesamos una suerte de Era de la Desilusión nuestra tarea deberá estar cargada de fe, no de caracter religioso ni dogmática, sino de humanidad y sensibilidad para imaginar un mañana distinto.

En primer lugar, es menester establecer cual será nuestro punto de aproximación al objeto de estudio, el sistema internacional y, una vez definida tal cuestión encontrar la raíz desde la cual puede cambiarse su estructura. En primer lugar descartar de llano la concepción estatocéntrica del mismo, por la cual sólo se consideran actores del sistema internacional a los estados. En cambio, creo que para comprenderlo realmente y explicar su naturaleza es necesario adoptar una visión atomicista del mismo. Las sociedades que se interrelacionan en el mundo no son otra cosa que la viva imagen de cada ser humano que la compone, entre todos contruímos una sociedad que se asemeja a nuestra forma de ser y, así como los hombres nos hemos vuelto cada vez más desconfiados, individualistas, competitivos e indiferentes al sufrimiento ajeno, hemos construído un mundo de acuerdo a dichas medidas. Ahora bien, los teóricos de las relaciones internacionales como los politólogos, sean realistas o idealitas, conocen la importancia de este factor, de hecho, sus teorías no pueden ser explicadas si no se apoyaran en una determinada corriente de pensamiento antropológico. Dicho esto, si pretendemos construir algo distinto, no podemos recostarnos sobre la concepción hobbesiana tradicional del hombre como un lobo para si mismo, necesitamos romper dicho prejuicio, aunque parezca dificil a la luz de la evidencia diaria que nos parece mostrar lo contrario. ¿Es que tenemos que conformarnos con reconocer que somos aves de rapiña para nuestros hermanos? Afirmar que la naturaleza humana posee dichas características es resignarse a la desilusión eterna, es encerrarse en una jaula donde toda esperanza y sueño de cambio queda del otro lado de los barrotes. No podemos construir y apegarnos a una teoría que renuncia a reconocer toda la nobleza de nuestra condición humana. Tampoco vale dedicarnos a construir un mundo materialmente distinto sin antes proponernos alcanzar un nivel distinto de conciencia, para vislumbrar una sociedad distinta primero tenemos que pensar en un hombre nuevo que reuna las condiciones para alcanzar dicho objetivo. La batalla cultural, es entonces, la primera y la madre de todas las batallas.

A pesar de los indicios diarios negativos que parecen mostrarnos un desenlace negativo definitivo, con crisis que se vuelven cada vez más recurrentes, sin vistas a resolver una crisis ambiental que amenaza en el futuro próximo la estabilidad de nuestro planeta y la supervivencia de millones de seres humanos, a pesar de todo ello, el mundo no se detuvo del todo en 1945. El idealismo no quedo sepultado, sobrevivió para volver a sus fuentes, al derecho internacional, tan renombrado hoy en día y tan poco respetado. Me refieró a su retorno a sus orígenes porque fue en el ámbito normativo donde empezó a desarrollarse antes de ser adoptado por los teóricos de las relaciones internacionales con el nombre de derechos humanos, sean estos de primera, segunda o tercera generación. En un principio llegaron en la forma de derechos civiles y políticos, sacudiendo las visceras de la sociedad absolutista medieval y marcando el comienzo de la Edad Moderna. A principios del Siglo XX continuaron desarrollandose en la forma de derechos económicos, sociales y culturales, llevando a la humanidad a infinidad de revoluciones contra el desarrollo de un capitalismo salvaje, siendo la base también de infinidad de reformas en numerosos países del mundo y de sus contituciones inspiradas en el llamado constitucionalismo social. Por último, se encuentran aquellos de tercera generación, entre los que se encuentran el derecho a la paz y el derecho ambiental entre muchos otros, que nacen y se desarrollan a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Si observamos el desarrollo del idealismo, no sólo como un paradigma de las relaciones internacionales sino como una corriente de pensamiento de caracter humanista que tiene sus orígenes en el renacimiento, podemos entonces observar que, a pesar de no llevar la voz cantante hasta el momento, jamás a interrumpido su evolución. Mientras Hans Morgenthau postulaba los pilares de la realpolitik, un 10 de diciembre de 1948, cincuenta y ocho países del mundo firmaban la Declaración Universal de los Derechos Humanos, naciones de culturas distintas, de diferentes regiones del planeta, se ponian de acuerdo en que todo ser humano tiene cierta cantidad de derechos que no pueden desconocerse. El realismo no puede explicar este suceso, no puede porque no condice con su concepción individualista del ser humano y de las naciones, prueba suficiente que somos mucho mas que unidades que se preocupan unicamente por su supervivencia y por dominar al otro. Desde las obras como Utopía de Tomás Moro a la actualidad, el idealismo sigue firme su paso y abriendose nuevos caminos, demostrando cada día que hay una opción alternativa a la desilusión, una que vale realmente la pena no porque sea verdadera en si misma, sino porque vale el esfuerzo el intento. La realidad no es una cosa observable e inalterable, es una construcción diaria e intencionada, cada uno de nosotros puede abocarse a construir la realidad que desee, la diferencia entre una y otra es nuestra intención, reconocer nuestra intencionalidad y su fuerza transformadora es entonces el primer paso. Presentar la realidad como un ente cristalizado y naturalizado es una contradicción que niega el caracter cambiante de las ideas, el fin de la historia y las ideas, el extremo de tal pensamiento que apunta al mantenimiento de un status quo determinado.

Habidas pruebas de que existen alternativas posibles, es factible construir una teoría que reuna los principios que son esbozados en la infinidad de declaraciones de derechos humanos que existen en la actualidad. Un paradigma distinto esta al alcance de nuestra mano, que sirva de base para una estructura mundial diferente. Tenemos la posibilidad y la oportunidad de llenarno de contenido, de hacer fuerza para el mundo gire al revés. Sabemos que el Ius Cogens todavía no posee la fortaleza necesaria para hacerse plenamente operativo pero de aplicarse otras serían las condiciones del sistema y nuestro aporte para que eso suceda es vital.

La superación del sufrimiento del ser humano es el objetivo que debe guiar nuestro camino, desatar nuestra imaginación para dar un salto sobre el abismo del frío cálculo, para mirar al mundo no dentro de una probeta sino como nuestro hogar, el que compartimos con siete mil millones de otras miradas y voces que esperan, a veces en silencio, otras en franca revolución, por un nuevo renacimiento que nos libre del desabrigo de la desilusionada y escéptica posmodernidad.

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