domingo, 6 de diciembre de 2009

GATOS, DIÀLOGOS Y MENTIRAS por Orlando Barone

Ven gato, acércate más, eres mi oportunidad de acariciar al tigre”. Cuánto dicen en tan poco estos versos de José Emilio Pacheco, el mexicano que ganó el Premio Cervantes. Lástima que esa bella palabra -gato- fue desvirtuada en la Argentina nombrando a mujeres de ejercicio sexual de mercado. El gato no se merece esa expropiación discriminatoria. Las Silvia Süller y sus continuadoras botineras no tienen derecho a ser sinónimos de animal tan legendario y misterioso. Un gato-gato no tiene nada en común con el gato usurpador con excepción de su hábitat común, la noche.
Si de desvirtuar palabras se trata, aquí, en la Argentina, hay un diccionario prosaico extraordinario. Vivimos metidos en un mundo en prosa brutalmente prosaico. Hasta al tenista Del Potro, la malicia y el chisme le adjudican vínculo carnal con Susana Giménez. Ante Mirtha Legrand, lo negó. En la mesa no estaba Chiche Gelblung con su detector de mentiras. Pero creo que no puede ser verdad: porque la leyenda del complejo de Edipo es la del hijo con la madre, no con la abuela. Con el abuelo es distinto. Se da por sentado que haya nietas bellísimas en brazos de abuelos inexorablemente prósperos. Pero no nieto con abuela. Aunque las tendencias vienen avanzadas. El del Mirtha Legrand y Susana Giménez fue un diálogo entre famosas de larga historia mediática. No fue el diálogo profundo entre el historiador Arnold Toynbee y el filósofo Daisaku Ikeda filosofando la cultura. Ni el de Umberto Eco y el cardenal Martini acerca de agnosticismo y la Fe. Tampoco el de Borges y Sabato, del que fui testigo. Ni menos el diálogo epistolar entre Henry Miller y Lawrence Durrell. Además, nada queda del diálogo entre San Martín y Bolívar salvo iridiscencias y supuestos.
Mirtha y Susana transitaron la superficie de sendas vidas públicas ya vaciadas definitivamente del misterio de lo íntimo. Hace ya tiempo se anticiparon a Facebook exhibiéndose y exponiéndose; y sin poder impedirlo quitándose día tras día una capa de la cebolla. Capas que aparentaban esconder algo y al final no había más que cebolla. Y una común idea de compartir el mundo dentro de una burbuja provista de patíbulo.
Ahí estuvieron ambas, responsables de años de entretener a gran parte de la sociedad argentina. En la ardua lucha que emprendieron por resolver el tedio de tantas viditas cotidianas, se hicieron ricas y famosas. A esta altura es imposible conjeturar dónde están sus corazones privados porque les han sido expropiados por la antropofagia del público y por la antropofagia de ellas hacia sí mismas. No podría asegurar que dialogaron guionadas, pero lo parecían. Cualquiera haya sido el guionista no se atrevió a elevarlas de pensamiento, ante el temor de que ellas no entendieran el guión y gran parte de la teleplatea menos.
En fin, sigamos con otros versos de Pacheco. Lo valen: “La realidad es psicópata, jamás se compadece de las víctimas”.
¿Y de la realidad quien se compadece? Está aquí, ahí, rodeándonos; y la pisoteamos conscientemente. Y por más realidad que se nos ofrezca, por más realidad que se nos entregue, la relegamos por nuestra adicción a buscarla en el relato de los medios. Y en lugar de realidad consumimos irrealidad. Simulacro. Son eso, ciertos grupos piqueteros que ya no tienen hambre porque engordaron en los últimos años, pero se hacen los que no recuerdan que este sobrepeso los obligaría a algún tipo de serenidad política. Pero no. Acampan munidos de ingratitud y olvido. A lo mejor tampoco se acuerdan que los ingratos son condenados en el noveno círculo del Infierno de Dante. Digo que hay piquetes que mienten.
La escritora Rosa Montero en una crónica que titula “Mentirosos”, se decepciona de la política de España. En eso no es original y ella lo sabe. Y por eso se lamenta: “Meterse con los políticos -dice- es tan fácil como pegarle a un niño”. Y cuenta que Aristóteles decía que para ser convincente era mejor utilizar una mentira creíble que una verdad increíble. “La vida pública española ha adquirido un tono general de mentira estridente -sigue Montero-. De alguna manera parece que mentir no importa, que la sociedad se resigna como si fuera inevitable”.
La mentira necesita del mentido. El adúltero/a del cornudo/ a. Ambos suelen ser aliados, aunque el que miente obtenga beneficio y el mentido sea el aparente perjudicado. Una verdad increíble es increíble. Si lo sabrá Galileo. Por ejemplo, una verdad increíble es que no se estén multiplicando incesantemente los cementerios, en vista de que en la Argentina los muertos tienen micrófono y pantalla y hacen más ruido a vida que los vivos. Otra verdad increíble es que haya tanta gente viva todavía. ¿Cómo puede ser?
Alguien miente. O la realidad o la irrealidad. Acierte.
Pepe Mujica, el elegido presidente uruguayo, es realista. Ironizó en una entrevista con Víctor Hugo Morales: “Antes queríamos cambiar el mundo, ahora queremos cambiar las veredas”. Si tendrá razón, que aquí el litigio y debate del matrimonio entre homosexuales pasa por ser una revolución. Uno los ve en pareja, abrazados, contentos, matrimoniados, y se pregunta si ése es el nivel actual de la utopía. El de las bodas gay. Algo es algo.
También, cuando fue consagrado, se celebró como revolucionaria la negritud del presidente norteamericano. Por eso Evo Morales, a raíz del comportamiento de Obama, se planteó esta duda: “El gobierno de Estados Unidos cambió de color pero no de contenido”. Acaso sea una característica de los tiempos. Los del envase, el diseño, el packaging. Hasta el extremo que alguien se muere por cambiarse de culo. ¿Ven? Ése fue el caso de la infortunada modelo que no sobrevivió al quirófano. Éste sí podría ser un ejemplo de verdad increíble. ¡La vida por un culo!
También hay desesperados que esperan un trasplante de corazón, pero no para volver a querer sino para no morirse y con eso les sería suficiente. Sandro lo sabe empíricamente. Pero, como diría el poeta siciliano Salvatore Quasimodo: “Ya nadie se muere de amor”. ¿Se morirían de amor en alguna otra época? La culpa de esa leyenda la tienen los poetas antiguos, que mentían mentiras creíbles. Y nosotros, ilusos, seguimos creyéndolas.

No hay comentarios: